Atzitzintla (México), 22 feb (EFE).- Escudriñar el origen del universo o probar la existencia de los agujeros negros son dos de las tareas a las que el Gran Telescopio Milimétrico (GTM) de México, el más grande en su tipo del mundo, dedicará su tiempo este 2018, al completarse 20 años de trabajos.
Una gigante antena parabólica de 50 metros de diámetro se dibuja en la cima del Sierra Negra del céntrico estado de Puebla, un volcán extinguido a unos 4.600 metros de altitud donde las temperaturas rondan habitualmente los 0 grados centígrados.
“Es el telescopio más grande del mundo en su tipo. No hay otro telescopio milimétrico de este diámetro, la mayoría son de entre 10 a 15 metros, y hay algunos con 35 metros. Es una infraestructura mexicana única”, dijo a Efe el director e investigador principal del GTM Alfonso Serrano, David Hughes.
Este gigante observa la radiación electromagnética milimétrica de las fuentes astronómicas, unas señales muy débiles, “los objetos más fríos”, que viajan por el espacio.
No observa entonces a lo lejos, como un telescopio convencional, sino que analiza la materia originaria a fin de estudiar “toda la historia del universo”, puntualizó Hughes.
Gracias a los telescopios milimétricos se puede estudiar la formación y evolución de la estructura del cosmos desde su creación en el Big Bang, hace 13.700 millones de años.
El GTM empezó a funcionar en 2011 y realizó sus primeras investigaciones en 2014.
Este 2017 un equipo de investigadores de este centro publicó un artículo en la prestigiosa Nature Astronomy sobre la observación de una de las primeras galaxias masivas que se formó, hace 12.800 millones de años.
“Se logró detectar una galaxia en el universo muy lejano. Cuando este tenía una séptima parte de la dimensión que tiene el día de hoy”, detalló el especialista, que explicó que esta galaxia estaba “oscurecida en las frecuencias ópticas”, pero “muy luminosa en frecuencias milimétricas por la presencia de gas molecular y pólvora”.
La importancia de este descubrimiento -agregó Hughes – no es solo por la juventud de este objeto astronómico -que permitirá entender “la química del universo hace miles de millones de años”-, sino también porque guarda una “conexión”, una similitud, con objetos que podemos detectar en el universo local.
Si todo esto fue posible cuando el diámetro del telescopio era de 32 metros, la ampliación a 50 podría multiplicar los resultados, incluso viajando más atrás en el tiempo.
Siempre de manera milimétrica -analizando radiaciones que llegan a la Tierra-, pues la galaxia en cuestión posiblemente desapareció.
Pese a su liderazgo mundial, este proyecto entre México y EE.UU., que cuenta con la estrecha colaboración de la Universidad Massachusetts Amherst, forma parte de una red de telescopios que trabaja desde 2017 en un ejercicio que puede revolucionar la ciencia: Comprobar la existencia de los agujeros negros que esgrimió Albert Einstein, de manera matemática, en la famosa Teoría General de la Relatividad en 1915.
“Estos objetos son relativamente pequeños en la escala del universo y necesitamos telescopios enormes para medir y detectar la sombra de un agujero negro”, explicó Hughes.
Pero en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, hay fuertes indicios de un agujero negro “supermasivo”, con una masa equivalente a seis millones de veces la de nuestro Sol.
Con el estudio simultáneo de nueve telescopios milimétricos repartidos por el mundo -desde la Antártida a México, de España a Hawai- que apuntan al centro de la galaxia y luego recaban y suman datos durante varios días, se podrían obtener resultados únicos.
“Estamos en el proceso de analizar los datos para producir, por primera vez, una foto, una imagen, que pueda probar la existencia de un agujero negro. Sería una sombra, una región oscura, y alrededor la luz y radiación milimétrica”, subrayó Hughes.
En los próximos meses se esperan los resultados, y de hacerse nuevas investigaciones, el GTM finalizado podrá contribuir todavía más.
Con estas premisas, este 2018 puede marcar un antes y un después en la astronomía con la puesta en marcha al 100 % del telescopio, un sueño impulsado por el científico mexicano Alfonso Serrano, que falleció en 2011 y no podrá verlo a pleno rendimiento.
En la fase de construcción del telescopio, muy dificultosa por la orografía y ciertos recortes presupuestarios, han trabajo unas 120 personas.
El proyecto ha costado unos 200 millones de dólares, cuyo 70 % provino de recursos públicos de México a través del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Completado este telescopio de vanguardia, ahora es el turno de la investigación y de la instrumentalización científica, y la llamada del GTM no ha podido tener más éxito, pues recibieron 74 propuestas por parte de diferentes equipos científicos cuando se abrió la convocatoria en septiembre.

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