Ginebra, 17 dic (EFE).- Para el español Alberto Morillas, considerado el mejor perfumista del mundo, crear una fragancia es como componer una partitura: hay que usar los aromas como notas, mezclarlos gracias a la inspiración y concebir una melodía, un olor, que, como por arte de la magia, deleitará a miles de personas.Ginebra, 17 dic (EFE).- Para el español Alberto Morillas, considerado el mejor perfumista del mundo, crear una fragancia es como componer una partitura: hay que usar los aromas como notas, mezclarlos gracias a la inspiración y concebir una melodía, un olor, que, como por arte de la magia, deleitará a miles de personas. “Un perfume es la melodía, los aromas las notas, sólo hay que saberlos mezclar con gracia y surge la magia”, explicó Morillas en una entrevista con Efe. Así de sencillo y de complicado a la vez. Esta es la dicotomía que Morillas ha usado durante sus casi cincuenta años de carrera como principal perfumista de la casa suiza Firmenich, la primera firma mundial de creación de esencias. Un tándem, Morillas-Firmenich, que ha logrado crear muchos de los perfumes más icónicos del último medio siglo: “Acqua de Gio” de Giorgio Armani; “CK one” de Calvin Klein; “212” de Carolina Herrera; “Flower” de Kenzo; “Pleaseures” de Estée Lauder; “Daisy” de Marc Jacobs; “Golden” de Bulgari y “Bloom” de Gucci. Con estas dos últimas marcas trabaja ahora Morillas casi exclusivamente, tras haber creado más de 500 perfumes usando siempre el mismo método: entiende qué es lo que el cliente quiere; se inspira; escribe a mano la fórmula; y comienzan los ensayos, a veces, miles de ellos. Un largo proceso que se puede alargar años. “He llegado a probar 2000 veces una fórmula, ensayo, cambio una esencia, coloco otra, cambio el porcentaje, para al final decidir que la tercera prueba era la buena, como en Flower de Kenzo”, asegura divertido. Explica que la clave de su éxito es seguir teniendo “ilusión”, disfrutar como el primer día de lo que hace. Una pasión que le ha llevado a ser reconocido por sus pares como “El Maestro” y a ser galardonado en numerosas ocasiones. “Nosotros tenemos que sublimar a la naturaleza”, afirma para explicar que en muchos casos, “solo” se mezclan esencias naturales, pero en muchos otros, esos olores deben ser creados artificialmente. “Por ejemplo, fragancias tan conocidas como la de la glicina o la del lirio son ‘sordas’ es decir, no se les puede extraer su olor porque la flor no tiene esencia, pero nosotros las creamos en el laboratorio”, indica. Firmenich es reconocido mundialmente por ser especialista en crear moléculas de aromas, un proceso científico del que fue pionera allá por los años 50, y del que Morillas formó parte desde que entró a la empresa familiar a los 20 años, en 1970. “La inversión científica es enorme. Creamos moléculas y las patentamos. Es un enorme sacrificio y una enorme inversión, pero que nos convierte en los mejores del mundo”, dice sin tapujos. Una excelencia que pasa también por no haber renunciado nunca a su “libertad de creación”. Un libre albedrío que necesita quietud para reflexionar, para inspirarse para, en definitiva, concebir algo único. Para lograrlo, tras haber vivido largos años en París y Nueva York, donde la compañía tiene grandes sedes porque es donde se encuentran los principales clientes -marcas de ropa esencialmente- retornó a Ginebra, cuna de Firmenich. “Me di cuenta de que debía estar lejos de los clientes. La inspiración requiere calma. Necesito estar tranquilo”, confiesa, asumiendo que eso le aleja de los centros de la moda de los cuales ya no precisa, porque son ellos los que lo vienen a buscar a él. Autodidacta y con una sensibilidad olfativa excepcional, Morillas obtuvo reconocimiento mundial en 1975 con “Must”, el primer perfume de Cartier. Pero del que se siente más orgulloso es de “CK one” de Calvin Klein, uno de los perfumes más icónicos de la historia y con el que, sin querer, rompió en 1995, la barrera de los géneros. “Fue el primer perfume unisex, pero no lo pensé así -confiesa-. Quise hacer algo nuevo y que se pudiera ajustar al mundo entero, y pensé en el té helado y en su frescor, y surgió el perfume y el éxito fue rotundo”. Actualmente, Morillas usa “Guilty absolute” de Gucci, el primer perfume que concibió bajo la égida de Alessandro Michele, el director creativo de la marca italiana, con el que tiene una gran conexión creativa. “La perfumería tiene una parte técnica, pero otra creativa, es como ser un escultor. Se toma algo bruto y poco a poco con sensibilidad y creatividad surge el arte”. Sostiene que ese proceso creativo está explicado a la perfección en el libro “El Perfume” de Patrick Süskind. “Es el más exacto relato de cómo funciona el cerebro de los perfumistas”, asegura, y explica que si bien él no se fue a una caverna, como el protagonista de la novela, sí que se sometió a un ayuno de diez días que le permitió “sentirme a mi mismo”. “Es esencial encontrar el punto cero para poder oler otras esencias”, relata, aunque el proceso de olfatear las pruebas solo dura unos minutos dada la gran concentración que precisa. Pero como Beethoven con la música, él tiene los aromas en el cerebro y que para componer, para concebir, casi ni necesita oler.