Page 9 - 75 Edicion Especial Jacksonville
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            Esa base,  dice,  la sigue  guiando
         todos los días, incluso ahora, a miles de
         kilómetros de aquella ciudad cálida que
         la vio nacer.
            Estudió ingeniería de petróleo, como
         muchos jóvenes de Maturín, una ciudad
         que respiraba industria energética  y
         futuro  técnico.  Pero aunque  amaba su
         carrera, algo en su corazón latía por otro
         propósito: servir.
            Mientras  estudiaba,  se  unió  como
         voluntaria a una  fundación dedicada
         a apoyar a niños sin hogar  y a adultos
         mayores.  Poco a poco, pasó de  ser
         colaboradora  a  convertirse  en  parte
         de la directiva  y luego directora de la
         organización. A  través de ese  trabajo
         encontró algo que la llenaba de manera
         distinta. “Ese voluntariado me daba una
         satisfacción  que  ninguna  oficina  me
         daba. Sentía que allí estaba mi propósito”.

            Pero la  vida la llevó por caminos
         inesperados. La crisis en  Venezuela,
         sumada a la enfermedad de su padre, la
         obligó a tomar una decisión extrema. Su
         papá  fue diagnosticado  con glaucoma
         y  necesitaba tratamientos y  cirugías
         costosas. El seguro  ya no  cubría la
         atención; el país atravesaba uno de sus
         momentos más difíciles. Rosy trabajaba
         a tiempo completo como ingeniera, pero
         aun así no podía costear la operación ni
         llenar la nevera. Aquella impotencia se
         convirtió en una fuerza imparable.

            “Nadie quiere irse”, dice con
         honestidad. “Yo no me  fui porque
         quería  vivir  afuera.  Yo  me  fui  porque
         no podía ayudar a mi papá desde allí”.
         Vendió su carro, renunció y, con el valor
         como equipaje principal, tomó un avión
         hacia Jacksonville en 2018. Con lo que
         llevaba, pudo pagar la cirugía que salvó
         parcialmente la  visión de su padre. “Él
         perdió un  ojito, pero el otro lo hemos
         mantenido. Valió cada sacrificio”.
            Jacksonville la recibió con retos  y
         oportunidades disfrazadas de comienzos
         humildes. Rosy  trabajó en un kiosco
         de juguetes, cuidó niños, cocinó,  hizo
         trabajos  temporales  y en las noches
         estudiaba inglés en la University of North
         Florida para perfeccionar acento y fluidez.






          Su carrera se sostiene sobre esfuerzo
          constante, ética y la alegría de servir.




                                                                                                    Qué tal  JACKSONVILLE  9 9
                                                                                                    Qué tal
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